Pongamos que estoy harto de Madrid
Llevo desde el siete de mayo sin pisar mi Isla. Cuando está a punto de cumplirse un año desde que me trasladé a vivir a Madrid, me doy cuenta de que ese tiempo se me ha ido prácticamente volando. Imagino que el hecho de que aprovechase las navidades, carnavales, Semana Santa y algún puente para escaparme a casa ayudó a que la ausencia se hiciera menos pesada. Sin embargo, después de un verano entero trabajando, empiezo a hartarme de Madrid.
Este verano, dicen, ha sido uno de los más suaves de los últimos años, por lo que tampoco ha resultado ser una experiencia demasiado dura. El problema es otro. El problema es que, después de tantos meses uno va necesitando algo de descanso y un cambio de aires. En una palabra: vacaciones.
Porque en agosto, uno se acostumbra rápido a hacer el mismo recorrido, de casa al trabajo y del trabajo a casa, casi sin encontrarse con nadie. Da igual la hora que sea, que el vagón del metro va casi vacío; se puede coger la guagua sin temor a llegar tarde; no hay aglomeraciones en las aceras; en los bares –los que quedan abiertos– es fácil encontrar una mesa libre… en definitiva, si no fuera por el calor, sería el mejor mes para estar en la ciudad.
Pero el verano pasa factura y, en septiembre, la ciudad vuelve a llenarse de gente. El metro comienza a estar cada vez más concurrido, las guaguas ya no son tan puntuales y en las aceras la marea humana es cada vez más numerosa. A todo esto hay que sumarle el calor, que no se decide a marcharse sino que, últimamente, se ha convertido en bochorno.
Definitivamente, empiezo a hartarme de este Madrid y algo en mi interior me intenta llevar hacia mi Gran Canaria. Supongo que ya va siendo necesario un breve cambio de aires que, por otro lado, ya tiene fecha, aunque parece que nunca termina de llegar.
Quizá por eso, para no volverme loco, estoy a punto de salir de la redacción con la maleta colgada del hombro, camino de un fin de semana en Oviedo. Es una forma de desconectar antes de afrontar los últimos interminables días anteriores a mi cortita vuelta a casa. Probablemente sea la única forma de evitar que me harte de Madrid. Luego, en invierno, sin calor, la cosa cambia. Hay más puentes. Más escapadas.
Aunque el malogrado Antonio Flores versionó a Sabina, él sólo hablaba de Madrid.
Antonio Flores, Pongamos que hablo de Madrid, 1984.
Hola¡
Navegando por la red me encuentro un blog de alguien en parecidas circunstancias a las mías, canarión viviendo en Madrid. Ahora que lo sé visitaré tu blog. También tengo un blog, aunque la temática es algo diferente. Te lo pongo por si te quieres pasar.
Un saludo,
Josemi
http://canariasnacion.wordpress.com/
Josemi, gracias por la visita y el comentario. No te preocupes, que seguro que me pasaré a echarle un ojo a tu blog.
Un saludo.
Es una verdadera tragedia,que los canarios tengamos que buscarnos la vida en Madrid,un sitio horrible donde hace demasiado frío,o demasiado calor,no hay quién pague un alquiler,si no es en condiciones de hacinamiento (muerte a la privacidad,único consuelo para el desgraciado proletario,esclavo de una vida de mierda que no pidió),hay de todo;pero tan caro que no se puede pagar,y encima te tratan como a un inbécil simplemente porque hablas distinto.
Maldito el día en que vine a esta pesadilla,ni siquiera tengo un duro para volver………..QUE SE FOLLEN A MADRID!!!
imbécil se escribe con m! Ni siquiera controlo el teclado!
No solo los canarios, insufrible este Madrid,me queda algo para jubilarme, me iré a Canarias. Yo pensaba que ahora Madrid revitalizaría esta ciudad, es mejor que la gente mee, se drogue, amenace cuando se le llame la atención… Vaya mierda ciudad! Todo sea por dos euros de turismo