Tendencia a anticiparse
Hace unas semanas, se cumplieron trece años del miércoles santo en que conseguí acabar con mi penitencia al aprobar el examen práctico del carné de conducir. El hecho de que este año la efeméride casi coincidiera con la Semana Santa, me trajo a la cabeza algo que me había ocurrido unos meses antes de ese día, cuando pasaba el preceptivo reconocimiento médico que debería determinar la aptitud física para conducir, pero que sólo sirve para sacarnos algo (más) de dinero.
Recuerdo que una de las pruebas que me hicieron –y que no repetí diez años después, a la hora de renovar el permiso– consistía en seguir la trayectoria de un punto luminoso en el monitor de un ordenador. Al atravesar una zona de la pantalla, el punto desaparecía y había que apretar un pulsador en el momento en que creías que el punto debía aparecer por el otro lado. El resultado que arrojó el ordenador en esa prueba fue que tenía «tendencia a anticiparme».
Debo reconocer que en ese momento, y aplicado a la conducción, me pareció una conclusión positiva. Bien mirado, es mejor pisar el pedal del freno unos metros antes de lo estrictamente necesario, que hacerlo después y acabar golpeando al vehículo que te precede o, en el peor de los casos, atropellando a un peatón despistado. Sin embargo, con el paso de los años, me di cuenta de que, en otros ámbitos de la vida, esa tendencia anticipatoria podía convertirse en un pequeño dolor de cabeza.
Porque, cuando uno tiende a utilizar demasiado el cerebro y no puede evitar dar mil vueltas al posible desarrollo de casi cualquier cosa que tiene pendiente –ya sea mediante una recreación mental o a través de la planificación sobre papel y con multitud de listas de tareas pendientes–, el riesgo que se corre es el de acabar volviéndose loco ante el temor de que las cosas no salgan exactamente como uno las tenía planeadas. Algo que, por otra parte, es mucho más que habitual.
Por eso, es normal que, en días como hoy, termines desquiciado, con los nervios de punta, de mal humor y discutiendo con todos los que tienes al lado, sólo porque te has visto llenando la maleta que pensabas tener preparada desde el viernes cinco horas antes de la salida de tu vuelo.
Es en esos momentos cuando te das cuenta de que todas las ventajas que ofrece esa innata tendencia a anticiparte –como aprovechar las dos horas y media de vuelo entre Madrid y Gran Canaria (y viceversa) para acabar de escribir siete entradas y media que tenías pendientes desde hace meses– no son suficientes para compensar los nervios que coges cuando esa anticipación sirve para bien poco.
Es decir, los nervios que coges todos los días.
JEJEJE……yo tambien aprovecho los vuelos a Madrid por motivos de trabajo, (incluso cuando voy en barco a Tenerife), para adelantar entradas de blog pendientes…..
@Carlos, es que si no, al cabo del año, serían muchas horas perdidas en avión. 😉