Eurovisión 2011: Nos quitaron lo bailao
Desde hace ya demasiado tiempo, año tras año, nada más finalizar la correspondiente edición del Festival de la Canción de Eurovisión, medio país se escandaliza por lo mal que han tratado el resto de competidores a la representación española. En 2011, la LVI edición del certamen, no iba a ser una de las pocas excepciones a esta regla no escrita, aunque harto repetida.
Así, la gallega Lucía Pérez, la representante española, regresó de Düsseldorf en una decepcionante vigesimotercera posición (de 25 participantes), con solo 50 puntos en su casillero. Tal vez ese antepenúltimo puesto (que solo mejora el penúltimo obtenido por Soraya dos años antes, haciendo buena la decimoquinta posición de Daniel Diges en 2010), sea demasiado castigo para Que me quiten lo bailao, que si bien no era una buena canción, tampoco fue la peor que pudo escucharse anoche sobre el escenario del Espirit Arena.
Así, como viene siendo habitual en los últimos años, el Festival de este año estuvo marcado por la escasa calidad musical de muchas canciones, que intenta enmascararse con espectaculares (o estrambóticas) puestas en escena, las alianzas vecinales en las votaciones y con España, con un tema sin calidad, una puesta en escena bastante sosa y sin apenas vecinos en los que apoyarse, acabando la noche en el furgón de cola.
Quizá, lo más destacable de la noche sea el segundo puesto de Italia en su retorno al certamen, tras 14 años de ausencia, y la sorpresa que supuso la victoria de Azerbaiyán, que desató inmediatas bromas en Twitter a cuenta de presuntas caídas de Wikipedia y Google Maps provocadas por los internautas que querían saber con quién hacía frontera ese extraño país que había ganado Eurovisión.
Año tras año, nos quejamos de las alianzas vecinales, esas que hacen que los países nórdicos o las exrepúblicas soviéticas o yugoslavas se voten entre ellos, aupándolos a los primeros puestos de la clasificación, cuando lo cierto es que sin ellas, Lucía solo habría obtenido 26 puntos y habría acabado penúltima. ¿O es que los 12 puntos que nos dieron Francia y Portugal no responden a esas alianzas geoestratégicas?
Al final, Lucía Pérez –que se declaraba «feliz y contenta con todo a pesar del resultado», que calificaba de «inexplicable» (aunque fuera la única que no se lo explicara)– tuvo que conformarse con los 5 puntos que le dio el público de Albania y Rumanía; los 4 de Estonia y Macedonia; los 3 de Suiza; los 2 de Eslovaquia y Eslovenia; y el solitario puntito de Reino Unido, que se unen a los 12 de Francia y Portugal, ya citados, para sumar los 50 finales.
El problema de España, seamos sinceros, es que tenemos pocos vecinos. Anoche incluso echamos de menos los 12 puntos de Andorra, que este año no participó, aunque habrían servido de poco. Y que Italia en su regreso se hubiese acordado de nosotros. Pero pretender que te voten quienes no son tus vecinos cuando no se presenta una buena canción es un claro ejercicio de prepotencia. O de estupidez, que tal vez sea peor.
Porque, como ya he escrito en esta bitácora cada vez que España se daba un batacazo en el Festival, la solución para no seguir haciendo el ridículo en Europa es sencilla. Basta con dejar de enviar chiquilicuatres de tres al cuarto y/o malas canciones con títulos que nos ponen en bandeja el chiste fácil en caso de un más que cantado desastre (¿La noche es para mí, Algo pequeñito, Que me quiten lo bailao, en serio?) y seleccionar un tema con calidad.
Si les parece que esto no es posible, siempre podemos tomarnos un respiro y dejar de participar en el Festival durante unos añitos. Italia lo hizo y no pasó nada. Y cuando regresó, su representante quedó en segunda posición.
A ellos sí que no hay quién les quite lo bailao.
Lucía Pérez, Que me quiten lo bailao, 2011.
Pd: Después de tres años, ayer volví a ver el Festival entero y constaté tres cosas. Primero: que Uribarri, con su clarividencia a la hora de anticipar el sentido de las votaciones, dejó el listón muy alto, para desesperación de un aburridísimo José María Íñigo. Segundo: que, aunque agilicen las votaciones, que las puntuaciones más bajas aparezcan de forma automática quita todo el encanto al momento «guayominí duz puans», sin duda, lo mejor del Festival. Tercero: que me reí más que nunca gracias al hilarante seguimiento del certamen en Twitter, que, lejos de escandalizarse porque España quedara en los últimos puestos, hizo de la noche una fiesta.