EBE 11: Nadando entre dos aguas
El pasado sábado, cuando apenas se habían apagado los ecos de la segunda edición de interQué, ya estaba subido en un AVE, camino de Sevilla para asistir a mi segundo EBE, el encuentro de internautas por excelencia y que este año alcanza ya su sexta edición, en lo que a mí se me ha antojado un año de transición.
Es cierto que personalmente solo poseo la experiencia del pasado año, pero hace doce meses ya apuntaba que el EBE es un evento que ha ido evolucionando cada año y, quizá, en esta ocasión el salto ha sido mortal y con tirabuzón.
Ya el pasado lunes adelantaba que el EBE 11 había resultado «radicalmente diferente al del hace un año», aunque, al igual que doce meses atrás, las mesas y ponencias a las que asistí presentaban una «calidad bastante desigual».
En cualquier caso, lo más reseñable de este encuentro es que en 2011 ha pasado de ser Evento Blog, para convertirse en EBE, como muestra de que hoy, seis años después Internet ha evolucionado y la relación, el intercambio de información está mucho más allá de los blogs. Por supuesto, continúa en ellos, pero sigue mucho más allá, en redes sociales y todo tipo de nuevas herramientas que cada día se van desarrollando.
Junto a este cambio conceptual, EBE 11 abandonó su sede tradicional –el Hotel Barceló Renacimiento– para desplazarse al Pabellón del Futuro, también en la isla de la Cartuja. El aspecto positivo fue que el disponer de un recinto mucho mayor y solo para los asistentes, permitió aumentar la cantidad de entradas ofertadas. A cambio, nos encontramos con un lugar inmenso, algo anticuado, carente de las comodidades con las que contaba la ubicación anterior –como tener la habitación un par de pisos encima de donde se desarrollan las charlas– y en el que ubicar una sala para Paralelas en el pasillo central, con una acústica pésima y junto a los stands de los patrocinadores, no parecía la mejor opción.
El hecho de que, además, este año –y por primera vez en su historia– la inscripción haya sido de pago no es, en sí, ni bueno ni malo, sobre todo si eso se traduce en un aumento de las prestaciones recibidas. Y, a pesar de los inconvenientes y los altibajos en el programa, me atrevería a afirmar que los 15 euros pagados están más que amortizados.
En lo que respecta al desigual programa –y para no repetir por enésima vez que lo mejor son los reencuentros, desvirtualizaciones y la fiesta de la noche del sábado– destacaré, además de que me perdí la apertura a cargo de David Bravo y la charla de Pedro J. Ramírez del viernes –ya sé que no se puede estar en dos sitios a la vez–, la mesa redonda sobre democracia participativa; la formativa e interesantísima charla sobre Ciencia e inconsciencia, en la que L. A. Gámez intentó su enésimo suicidio homeopático, con nulos resultados; la mesa Periodismo: negocio, plataformas y profesión; y la ponencia sobre Propiedad intelectual y #Leyessindes por el mundo del abogado Josep Jover.
Como puede verse, todas pertenecen al plenario y es que, a diferencia del año pasado, donde en algún momento tuve dificultades para decidir a qué charlas asistir, en esta edición, la oferta de las paralelas apenas me llamó la atención, al menos en los dos días en que pude asistir al EBE.
Una mención aparte merece la conferencia de clausura, una provocadora disertación titulada Terra incógnita: cerca de la revolución, a cargo de Pablo Arrieta y que, como ocurriera un año atrás con la ponencia de Alejandro Piscitelli, no dejó indiferente a casi nadie.
Pese a todo, fueron dos días intensos, en muy buena compañía y que, a pesar de los inconvenientes derivados de nadar entre dos aguas, nos dejan con ganas de volver el próximo año, esperando que ya haya finalizado esta doble transición. Si nada me lo impide, estaré ahí. En EBE 12.