Vuelvo a escribir

Después de varios meses en «el dique seco», he aprovechado este largo fin de semana para empezar a escribir un relato que tengo pendiente desde hace bastante tiempo y cuya línea argumental tuve la precaución de poner por escrito durante una noche de insomnio. Todavía no lo he terminado, pero he vuelto a sentir esa sensación de vacío en el estómago y esa pequeña frustración porque la cabeza corre a mucha más velocidad de la que los dedos son capaces de teclear.

Y me he sentido feliz.

El objetivo del ejercicio es, como no podía ser de otra forma, retomar la escritura de una novela que tengo también muy clara en la cabeza –otra cosa es lo que acabe plasmado en el papel– y que me llama a gritos, e incluso me insulta, cada vez que paso por delante del escritorio. Estos días, sus personajes andan contentos. Intuyen que en en breve van a continuar con sus vidas. Y yo, por el mismo motivo, lo estoy también. Así que, aunque no me gusta hacer este tipo de cosas, sobre todo porque es muy probable que no tenga mucho que ver con la redacción final, les dejo con el primer párrafo de mi, por el momento, último relato.

Paré el coche en la última de las paradas de guaguas que están frente al centro comercial, justo antes de llegar a la entrada del aparcamiento de la plaza de la Música. La otra opción era dejarlo un poco más allá, en el solar de tierra que utilizan los surferos. La excusa fue que lo había lavado el día anterior y, después de tres meses, no era plan que se cubriera de polvo tan pronto. Le pedí que esperara allí, por si aparecía algún compañero de la Local con ganas de cubrir su cupo mensual a mi costa. No es tonta, y se olió que allí había algo más. No me preguntó nada. Crucé la calle y caminé hacia las dos o tres cochambrosas naves que, a pesar de los esfuerzos del ayuntamiento, aún resistían junto a la salida del norte.

El título y lo que sigue, de momento, me lo reservo para mí.