Un vistazo al papel de los triunfitos en Eurovisión (I): Con su celebration empezó todo
En mayo 2002, el euro acababa de convertirse en la moneda oficial de Europa y, casi contra todo pronóstico, también de España, el país vivía una época de bonanza económica en la que todos querían –y creían que podían– tener su propia casa, cambiar de coche cada dos años y salir de vacaciones todos los veranos. Ser mileurista –palabra que estaba a punto de se acuñada– era prácticamente un insulto y la crisis que se desataría menos de seis años después era, simplemente, inimaginable. Quien escribe esto, de hecho, había terminado sus estudios de Derecho unos meses antes y, gracias precisamente a la transición de la peseta al euro, no solo había comenzado a trabajar en el Banco, sino que acababa de comprarse su primer coche. De segunda mano, eso sí. Vivíamos una celebración en la que todos éramos felices e ingenuos y estábamos convencidos de que ese año, sí, íbamos a ganar Eurovisión.
Por eso, la séptima posición conquistada por Rosa López –entonces simplemente Rosa de España– en el XLVII Festival de la Canción de Eurovisión causó una enorme decepción colectiva. Tras años de intrascendencia, el certamen había resurgido con una fuerza inusitada. El 25 de mayo de 2002, el país entero volvió a sentarse frente al televisor para ser testigo de cómo España lograba, 33 años después, volver a alzarse con la victoria en el certamen. Solo que no ocurrió así.
Para entender el porqué de esa inesperada expectación es necesario remontarse unos meses atrás, exactamente al otoño de 2001, cuando Televisión Española estrenaba un concurso de talentos musicales en el que 16 jóvenes se encerraban en una academia para, a fuerza de estudio, esfuerzo y sacrificio, alcanzar su sueño de iniciar una carrera musical. Los concursantes de Operación Triunfo eran «la juventud que representa los valores del PP» –partido que entonces, igual que ahora, se encontraba en el Gobierno–, llegó a decir algún dirigente de esa formación, en contraposición con los gandules de Gran Hermano, el otro gran fenómeno televisivo del arranque del milenio que, apenas un año antes, había paralizado también al país.
Porque Operación Triunfo arrancó sin pena ni gloria en la parrilla televisiva, pero a medida que pasaban las semanas fue convirtiéndose en un auténtico fenómeno social que reventaba los audímetros, cuyas galas se convertían en tema de conversación obligado en el trabajo al día siguiente de su emisión y que, semana tras semana, copaba las listas de ventas con los cds que recopilaban las actuaciones de los que ya comenzaban a conocerse como triunfitos. Hasta el canal que, vía satélite, recogía lo que sucedía las 24 horas del día en la Academia se convirtió en un éxito de audiencia.
En ese contexto, Rosa López, una joven granadina de prodigiosa voz, aunque llena de inseguridades, se convirtió desde la primera gala en la favorita del público. Poco a poco, pasó de ser simplemente Rosa, a Rosa de España. Aunque en aquel momento no existían redes sociales –el uso doméstico de Internet, a velocidades mínimas, apenas comenzaba a generalizarse– y la forma de comunicarse con el chat del programa era a través de mensajes sms, su victoria estaba cantada casi desde el comienzo. Y que ella sería la representante española en Eurovisión, también.
El fenómeno de Operación Triunfo envolvió de tal manera al país, que nadie pensaba que aquella Rosa que había conquistado sus corazones no se iba a alzar con la victoria en Eurovisión. El problema era que, sin Internet ni redes sociales, nadie en Europa sabía quién era Rosa ni cuál había sido su trayectoria. Así que, a pesar de todo ese optimismo, su Europe’s living a celebration –tema que también fue escogido por los espectadores del programa– tuvo que conformarse con la séptima plaza que le otorgaron los 81 puntos que recibió.
Para la historia quedaron David Bisbal, David Bustamante y Chenoa –a quienes Rosa desbancó en la final del programa y cuya proyección musical ha sido bastante mayor que la de la granadina– haciéndole los coros en una coreografía inclasificable, que también pasó a la historia gracias a un error de la canaria Geno Machado –la primera expulsada en la historia del concurso–, con cuyo recuerdo tendrá que vivir toda su vida.
Y para la historia quedará también la incredulidad y el estupor de un país en estado de shock al ver cómo Europa le había dado la espalda a la irresistible Rosa. Una sensación que definió muy bien Nuria Fergó cuando, minutos después de concluir las votaciones y tratando de dar ánimos a su compañera expresó lo que en ese momento pensaba toda España: «que le den por culo a tos los mundos». Porque para España, Rosa era la ganadora. Y, de hecho –y con permiso de la sexta posición obtenida por David Civera un año antes–, en lo que llevamos de siglo XXI, nadie ha conseguido todavía superar a Rosa de España.
Dieciséis años después y en un contexto muy similar, Amaia y Alfred se enfrentan al mismo reto que la granadina, aunque, en la era de la conexión permanente y las redes sociales, tanto las apuestas como las votaciones de la prensa en los ensayos apuntan a que tendrán muy difícil no solo alcanzar la victoria, sino igualar el resultado de Rosa.
Rosa, Europe’s Living a Celebration, 2002.
La serie al completo:
Un vistazo al papel de los triunfitos en Eurovisión (I): Con su celebration empezó todo.
Un vistazo al papel de los triunfitos en Eurovisión (II): No le dijeron qué podía hacer.
Un vistazo al papel de los triunfitos en Eurovisión (III): Entre su amor y su dolor hay un lamento.
Un vistazo al papel de los triunfitos en Eurovisión (IV): La noche no fue para ella.
Un vistazo al papel de los triunfitos en Eurovisión (V): Y el amanecer no llegó.
Un vistazo al papel de los triunfitos en Eurovisión (y VI): El día que Gisela se nacionalizó andorrana.