Libros y horchata
Dos visitas a la Feria del Libro de Madrid sin sucumbir a la tentación de salir de El Retiro cargado de libros no era normal. Al menos, para mí. Así que, después de echar un ojo a las firmas previstas para este sábado, penúltima jornada de la Feria, a mediodía salí de casa y me sumergí en un Madrid que empezaba a convertirse en un horno pre estival.
Una de las cosas que más me gusta de este evento es la posibilidad de ver a los autores en persona; la de poner cara, gestos y voz a los famosos y a los menos conocidos. Ayer, un día fuerte, había alrededor de una treintena de escritores firmando sus obras de forma simultánea. Puede parecer una cifra un tanto elevada, pero si tenemos en cuenta que este año había cerca de cuatrocientas casetas, la cifra ya no parece tan alta.
Mientras deambulaba, como sin un rumbo fijo, huyendo del sol, bajo los toldos de las casetas, me encontré con el periodista tinerfeño Juan Cruz en la caseta de la librería Crisol. Y, pese a que no era uno de los escritores que pensaba visitar, acabé sucumbiendo a su última obra, Muchas veces me pediste que te contara esos años, un libro que «explica cómo se encontraron un día el amor y el periodismo», que me había recomendado fervientemente una amiga.
El calor, que parece que el viernes volvió a descubrir Madrid, comenzaba a apretar. Por suerte, mi primera parada planeada estaba a sólo quince casetas de distancia, en la que correspondía a la librería Antonio Machado, firmaba ejemplares de sus obras Rosa Montero. Al igual que ocurría con Juan Cruz -y al igual que el año pasado-, apenas un par de personas aguardaban por su dedicatoria, lo que le permitía departir unos minutos con sus admiradores.
A esta caseta llegué con un objetivo claro: comprar Instrucciones para salvar el mundo, su última novela, a la que tenía el ojo echado desde que la escuché charlar con Julia Otero hace un par de meses. Lo que me escribió en esta segunda dedicatoria, van a permitir que me lo guarde para mí.
Continué hacia mi siguiente parada, la caseta 68, la de la librería Rafael Alberti, algo lejos de donde me encontraba. Por el camino, otros muchos escritores atendían a sus lectores con desigual suerte en lo que a afluencia se refiere. La mayor cola se perdía tras una carpa en la que Ken Follet, el invitado estrella de este año, estampaba su firma -y sólo su firma- a un ritmo frenético, sobre una de las primeras páginas de su último best seller, Un mundo sin fin.
Pasé casi sin detenerme, rumbo, como decía, a la caseta de la librería Rafael Alberti, donde Almudena Grandes, «una amiga de Arucas», dedicaba ejemplares de sus obras. A pesar de que había que esperar unos veinte minutos de cola frente a la caseta, en la fresca sombra, para llegar hasta ella, Grandes, que ya había agotado dos estilográficas, se tomaba su tiempo con cada lector. Así fue como me enteré de que soy el primer Ruymán de su vida e, incluso, me comentó que la semana pasada la había visitado una representación del club de lectura de Arucas.
Arucas, mi ciudad de origen, mi casa, es especial para ella, porque allí se desarrolla parte de su, hasta ahora, última novela, El corazón helado. Sin embargo, preferí comprar un volumen anterior, Estaciones de paso, porque tengo un ejemplar de El corazón helado, cortesía de Marta, que espera ansioso que me sumerja en sus páginas, ejercicio que me recomendó encarecidamente su propia autora.
Ya de vuelta, andando ahora delante de las casetas del otro lado, las del tendido de sol, pude ver que Follet continuaba sumergido en una marea interminable y vertiginosa de presuntos lectores, flashes y libros.
Algo más adelante, al pasar por delante de la que ocupaba la librería Fuentetaja, me encontré con un par de personas a las que un hombre canoso, fuerte, con aspecto británico y bonachón les firmaba unos ejemplares de Entre limones. En ese momento lamenté profundamente haberme llevado a Gran Canaria mis ejemplares de sus dos libros. Porque sí, era Chris Stewart.
Aún así, no pude resistirme a esperar a que terminase de firmar un ejemplar de El loro en el limonero, para agradecerle algunos de los ratos más divertidos que he pasado ante un libro en los últimos meses.
Los breves minutos que pude charlar con Stewart -poco parecía importarle que no llevase ninguno de sus libros y que, tras de mí, ya se hubiesen congregado varias personas a la espera de obtener su firma-, bastaron para ratificar lo que ya creía: es una persona sencilla y atenta, que disfruta con lo que hace, ya sea cultivando en El Valero o firmando ejemplares de sus novelas autobiográficas en Madrid.
Me alegró saber que ya hay proyecto para traducir al castellano su tercera obra, que salió a la venta hace unos meses en el Reino Unido. Pero me alegró mucho más saber que su finca está aún mejor que antes tras la construcción de la presa que amenazaba su supervivencia. Porque despierta tantas simpatías en forma de personaje literario como en persona. Parece como si lo conocieras de toda la vida y, en el fondo, es así.
Contento, con tres libros bajo el brazo y una conversación inesperada, me marché de El Retiro, después de tomarme una horchata, una tradición iniciada hace unos años, en uno de los viajes de fin de curso que hice con mi padre, y que viene a marcar el inicio del verano madrileño.
Hola Ruymán, qué pena que no haya podido ir este anio a la Feria del Libro. Gracias por tu Post
Ah! yo también espero tu comentario al libro! Encarecidamente si hace falta.Jeje
Conociéndote, salir de la Feria del Libro con sólo tres libros bajo el brazo ya te debió exigir un gran esfuerzo 😀
El loro del limonero, es muy bueno y ameno, me sorprendió…