De repente, el otoño
Tras una semana laboral especialmente intensa, el (largo) fin de semana se presentaba como un necesario ejercicio de desintoxicación, que nacía con los alicientes de interQué y una siempre bienvenida visita familiar, antes de dar paso a otra intensa semana laboral.
El sábado transcurrió en un interesante interQué, que acogió el nacimiento de Neumattic, un ambicioso proyecto colaborativo surgido en el seno de Minoic; en el que celebramos una edición exprés de Café&Periodismo; y se cerró con la entrega de los Premios Bitácoras 2010, mientras que, tras regresar al odioso horario de invierno, el domingo y el lunes, lluvioso uno y el otro ventoso; fríos los dos, sirvieron para estar en familia y disfrutar de las comidas de mi madre y mi abuela.
Ahora, con un martes ya agonizante, regreso a un piso de nuevo vacío y silencioso, tras cuatro días de ocupación y actividad. Por el camino el aire helado parecía cortar la nariz –sigo fiel, aún, a mi costumbre de volver andando a casa– y las hojas húmedas y traicioneras, cubrían casi por completo las aceras, convirtiéndolas en una resbaladiza trampa casi mortal.
Abro el armario y pongo las cazadoras más gruesas en un lugar más accesible, mientras me pregunto cuándo encenderán la calefacción centralizada en este edificio.
Contrariamente a lo que me ocurría hace apenas cuatro días, cuando todavía era octubre y a las siete de la tarde aún no era de noche, hoy me siento cansado y mi cuerpo quiere sucumbir a una extraña –pero no desconocida– melancolía, que suele aparecer cada año por estas fechas. Posiblemente, las que menos me gustan del calendario.
Con noviembre, de repente, llegó el otoño.
José Luis Perales, Canción de otoño, 1982.