La jungla de asfalto
De nuevo, apuro los últimos días del año en Madrid. Diciembre es quizá el peor y el mejor mes para estar en esta ciudad. El frío y, a veces, la lluvia te acompañan por sus calles siempre iluminadas de Navidad (aunque ahora algo menos, a causa de la crisis). La Navidad sería la mejor época del año para pasear por Madrid, si fuera posible andar por sus calles.
A comienzos de diciembre de 2007, cuando hablaba de las andanzas de Una abuela (canaria) en Madrid, escribí un párrafo que, por el devenir del texto, no llegó a formar parte de esa entrada. Sin embargo, durante casi tres años me he resistido a borrarlo: “Pasamos por calles que recorrí el martes con menos de la cuarta parte de viandantes. El martes, todos los comercios presentaban un aspecto normal. Hoy no encontré una sola administración de loterías ante la que no hubiese una considerable cantidad de personas esperando para comprar su décimo del sorteo de Navidad”.
Tengo la sensación de que esas pocas líneas resumen de forma muy gráfica en lo que, de repente, se convierte Madrid al iniciar el mes de diciembre: una jungla de asfalto, invadida por cientos de miles de personas que no la abandonan hasta bien entrado el mes de enero, momento en el que sus calles principales comienzan a ser un poco más transitables.
Reconozco que no me veo viviendo toda mi vida en la capital del país y que cada vez me cuesta más subirme a un avión y dejar Gran Canaria (sobre todo cuando no tengo previsiones cercanas de volver a la Isla). Pero, aún así, me gusta vivir en Madrid. Aquí también tengo buenos amigos y (por el momento) trabajo en algo que me apasiona.
Pero su agobio también me cansa. Creo que nunca me acostumbraré a pasear por aceras en las que no cabe ni una persona más por metro cuadrado, a tener que entrar literalmente a presión en el metro literalmente en hora punta y todavía me da mucha rabia descubrirme subiendo andando las escaleras mecánicas cuando no llevo ninguna prisa.
Sé que es algo que, en mayor o menor medida, pasa en todas las grandes (o medianas) ciudades. Según mi madre (y a pesar de la crisis) todos los centros comerciales de Gran Canaria (y sus aparcamientos) están siempre llenos de gente (y de coches). Aunque no compren. El pasado domingo pasé cerca de varios y las colas para entrar en los aparcamientos eran considerables.
Pero el agobio de Gran Canaria nada tiene que ver con el de Madrid.
Así que, aquí me tienen, a punto de volver a Gran Canaria para despedir el año y sin tener una idea muy clara de dónde voy a pasar los próximos meses de mi vida. Con el corazón dividido porque, en el fondo (no sé si) quiero vivir en la Ciudad.
Mecano, Quiero vivir en la ciudad, 1981.
Me ha gustado mucho esta entrada!!! Me siento muy identificada con lo que comentas…yo creo que para cualquier canario opara cualquier isleño en general. la vida en una gran ciudad como Madrid siempre se le hará cuesta arriba, aunque al mismo tiempo le apasione. Yo también fui por un tiempo «una canaria en Madrid» y nunca llegué a acostumbrarme a esas aglomeraciones de gente, a esas prisas por las escaleras mecánicas, a ese estrés tan típico en una capital. Sin embargo, he de reconocer que Madrid tiene su encanto. Un saludo muy grande y feliz año nuevo!!!
Muchas gracias, @Laura… ¡Y Feliz Año Nuevo también para ti! 😉