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Cainismo hispánico

sábado, 22 noviembre 2008

La vida de Álvaro Carrión Otero, un profesor de física, padre de un niño y de familia acomodada, comienza a cambiar en el momento en que advierte la presencia de una misteriosa mujer en el entierro de su padre. La aparición de la desconocida, en la que nadie más repara, despierta una curiosidad, que lo llevará a averiguar que era la última amante de su padre.

Este casual descubrimiento hace que Álvaro comience a preguntarse quién era realmente Julio Carrión. Para ello tiene que recurrir a su última amante, Raquel Fernández Perea, por quien comienza a sentir una atracción irremediable, sin saber que va a iniciar un viaje hacia los desconocidos orígenes de su familia, tras el que ya nada será igual.

En el El corazón heladoAlmudena Grandes utiliza el recurso -recurrente- de superponer dos momentos temporales en dos planos paralelos para contar el intento de Álvaro por descubrir el verdadero pasado de su padre y cómo amasó su fortuna en una época en la que media España se dedicaba a pelearse con la otra media, mientras -en el otro plano- cuenta las historias de Julio Carrión González e Ignacio Fernández Muñoz -el padre de Julio y el abuelo de Raquel-, desde los momentos finales de la República hasta bien entrada la Transición.

Se trata de dos historias familiares antagónicas. En una, el joven hijo de un humilde pastor de Torrelodones al que desprecia y de la hija de un maestro de pueblo acaba convirtiéndose en un prestigioso y acaudalado hombre de negocios, al regresar a Madrid tras su paso por la División Azul. En la otra, los miembros de una familia republicana acomodada se ven obligados a exiliarse en Francia, donde sus hijos y nietos añorarán España hasta el día en que puedan volver, para descubrir que en nada se parece a la que dejaron cuarenta años atrás.

Pero, a pesar de ese aparente antagonismo, ambas historias familiares parecen mantener nexos de unión que las hacen colisionar una y otra vez, mientras no se salden algunas cuentas pendientes con el pasado. Cuentas que Álvaro ignora, por desconocer la historia de su padre, pero que Raquel tiene muy presentes, por haber sido criada en esa permanente añoranza de España.

Almudena Grandes aprovecha uno de los temas más recurrentes de la Historia de España, caracterizada en demasiadas épocas por luchas cainitas que han dividido -literalmente- el país en dos mitades, para contar la historia de dos sagas familiares a las que una guerra fratricida desbarató sus planes de futuro. En el desarrollo de la contienda y en los oscuros años posteriores, unos lo perdieron todo, salvo la esperanza, y otros ganaron mucho, a costa de perder parte de su humanidad, de su capacidad de amar.

Para ninguno fue fácil y, mientras unos vivían con ansias de venganza -no necesariamente cruenta, acaso sólo moral-, otros lo hacían con una aparente prosperidad, tras la que se escondía un enorme cargo de conciencia.

La búsqueda de respuestas para los interrogantes sobre la vida de su padre que se le plantean a Álvaro y la obsesión de Raquel por desagraviar la figura de su abuelo son narradas por Grandes en las más de novecientas páginas de una novela apasionante, que pudo ser contada en la mitad de espacio, ya que hay momentos en los que la autora se recrea en exceso en los detalles de pasajes que, pese a revelarse fundamentales para el desenlace de la trama, pudieron resolverse con mayor agilidad.

Porque, si algo queda claro al acabar la lectura, es que nada es blanco ni negro. Todo tiene sus matices y, tal vez, no todos los malos fueron siempre tan malos -o se vieron empujados a serlo por una mera cuestión de supervivencia- y, a veces, los buenos también acabaron cometiendo malas acciones. Claro que todo tiene matices y hay grises más oscuros que otros.

Y es que lo más triste de todo es que una historia de amor casi imposible se vea teñida por el peso de casi medio siglo de la Historia de un maldito país condenado a que, una vez tras otra, una de sus dos mitades le hiele el corazón, ya que, en el fondo, a sus protagonistas ni les va ni les viene.

O, al menos, no debería.

Jarcha, Libertad sin ira, 1976.

5 comentarios leave one →
  1. Wotan permalink
    sábado, 22 noviembre 2008 2:51 pm

    ¿Que país carece de sentimientos cainitas? Nos castigamos duramente los españoles, pero por ahí también cuecen habas… Todos los países tiene algo que reprocharse… a ellos mismos o a otros. No es difícil: éste y el pasado han sido siglos de conflictos internacionales y contiendas civiles. En Francia, la matanza de Orador-sur-Glane es buen ejemplo de ello…
    http://www.elpais.com/articulo/sociedad/guerra/malisima/memoria/elpepisoc/20081102elpepisoc_1/Tes

  2. Marta permalink
    lunes, 24 noviembre 2008 6:20 am

    Gracias Ruymán. Al contrario que tú, encontré la lectura de la novela «justa», sin demasiados adornos, quizás porque desde un momento quise conocer el final, que me decepcionó, dicho sea de paso. Una vez leída la novela, al final, la autora habla de los personajes reales de los que se ayudó para escribirla. Para mí, el final de la novela estuvo allí. Me identifiqué mucho con Raquel, en su empeno en dar luz a su vida y a la vida de su abuelo.

  3. teniente d'hubert permalink
    martes, 25 noviembre 2008 8:38 am

    Ahora que llegan las Navidades, dos buenas opciones para regalar…
    http://www.elmundo.es/elmundo/2008/11/24/cultura/1227554204.html
    http://www.canariasahora.es/imprimir/noticia/51088/

  4. Oonz permalink
    domingo, 23 mayo 2010 2:25 pm

    Me parece muy irónico que pongas la referencia a Libertad sin ira, ya que en la novela, Grandes hace una referencia muy irónica a esta canción que defiende una reconciliación falsa (que consiste en asumir que los poderes fácticos se queden tal cómo están) y ensalza el amansamiento de los «obedientes» que sólo quieren «su pan», «su hembra» y «la fiesta en paz». Una visión muy clara de lo que sería la sociedad consumista…

  5. domingo, 23 mayo 2010 5:27 pm

    @Oonz, lo que hago aquí es una valoración personal de la obra, no de la Historia de España y los reproches que una mitad del país quiera hacerle a la otra (y viceversa), algo que, a estas alturas de la película -más allá del derecho enterrar a sus muertos (que todo el mundo debería poder ejercer)- hace tiempo que debería de haberse superado.

    Por otra parte, no se me había ocurrido hacer ese paralelismo entre la canción y la sociedad consumista, aunque tampoco creo esa fuera la intención de Jarcha. En cuanto a lo de la ironía, si has leído más textos de esta bitácora, te habrás dado cuenta de que es un recurso que suelo emplear con bastante frecuencia, aunque no (al menos conscientemente) en esta ocasión. Saludos.

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