La de Gala era la más larga
La lluvia da un respiro a Madrid y convierte la tarde de este último domingo, primaveral y electoral, del mes de mayo en una ocasión inmejorable para perderse por las avenidas del Parque del Retiro y visitar la recién inaugurada Feria del Libro, a la sombra de sus imponentes árboles.
Gracias a que, fruto de las lluvias de la semana, la temperatura es algo fresca, se agradece pasear por la ciudad, relajado y sin prisas. Además, uno lo hace más contento cuando acaba de enterarse de que, al final, la baronesa Thyssen no tendrá que encadenarse en serio a los árboles del Paseo del Prado. Varias decenas de personas bajan la Cuesta de Claudio Moyano cargadas de bolsas de librerías, en una auténtica oleada, que despiertan una sana envidia, en aumento a medida que uno se acerca al Retiro.
El parque es un marco inmejorable, cuando el tiempo acompaña, para pasear entre una marea de gentes, sorteando las colas de personas que aguardan la firma de su autor, mientras ojean libros y más libros. Exactamente lo contrario que ocurría a principios de mes en el Parque de San Telmo de la capital grancanaria, donde eran los autores los que ojeaban los libros, en espera de que llegasen unos lectores que, en la mayoría de los casos, no llegaban. Una pena.
El día, además, presentaba varios de los platos fuertes de la Feria. Esta tarde se reunían varias de las plumas más prestigiosas del panorama actual. Y otras no tan prestigiosas, pero que también tienen su hueco. Sólo por la tarde, se daban cita autores de la talla de Fernando Sánchez Dragó, Forges, Ian Gibson, Manuel Rivas, Javier Reverte, Juana Salabert o Jimmy Giménez-Arnau.
Pero había contrastes. Así, mientras Almudena Grandes o Lucía Etxebarría congregaban a bastante público a su alrededor, otros, como Juan Madrid o Juan Cruz, contaban con una parroquia menos concurrida. Lo mismo le ocurría a Rosa Montero, que podía permitirse el lujo de aconsejar a sus lectores acerca de qué edición de cualquiera de sus obras llevarse, antes de proceder a estampar una inmensa dedicatoria en una de las primeras páginas. Tal vez la mejor publicidad sea cuidar a sus lectores.
Aunque si hablamos de colas, firmas y contrastes, no cabe duda de que esta tarde la mayor de todas era la que discurría ante la caseta número 288, donde se encontraba Antonio Gala. Casi cuarenta minutos costaba llegar hasta el autor, sobre las ocho de la tarde. A su lado, el vidente Octavio Aceves se moría de aburrimiento, ante la inexistente fila de personas ante él. Tan sólo una o dos personas de vez en cuando. Casi daban ganas de salirse de la cola de Gala para comprar su libro y pedirle una firma. Pero la sensación de lástima no era tan grande. Antonio Gala no podía dedicar tanto tiempo a cada firma como Rosa Montero, sin embargo, se interesaba, con su habitual parsimonia, por cada una de las personas que iban pasando ante él. Pese a su gesto cansado, mostraba un gran afecto hacia el público, sabedor de que, año tras año, es el autor más vendido de la Feria madrileña.
A las nueve y media, dejando más de la mitad de las casetas sin golisnear iba siendo hora de abandonar el Retiro, aunque lo que más apeteciera fuese sentarse en un banco al lado del Ángel Caído para comenzar a disfrutar de alguno de los títulos que llevaba bajo el brazo. Tal vez, habría sido el mejor modo de acabar la semana en la que se celebró el Segundo día del Orgullo Friki.
Con mis nuevos tesoros, entre los que incluyo las dedicatorias de Antonio Gala y Rosa Montero, abandono el parque, esperando ansioso la llegada del próximo fin de semana. Mientras, mi cartera se esconde un poco más en el bolsillo, asustada por tanta actividad una tarde de domingo.